24 sept 2008

Certezas.

Quizás te diga un día que dejé de quererte,
aunque siga queriéndote más allá de la muerte;
y acaso no comprendas en esa despedida, que,
aunque el amor nos une, nos separa la vida.


Jose Angel Buesa.

5 sept 2008

la noche.

Silencios que encubren grandes historias

Miradas que se encuentra tras horas de esperarse.

Sueños ... materializándose.

Falsos poetas escriben versos que por la mañana ocultaran.

Cecilia.

Rincones nuevos
redescubiertos.
sitios alejados
de la razon ,
cercanos a la incertidumbre
cercados de incognitas.


aún asi,
tiramos la llave por la ventana.



Deseosos de vida
corrieron tras el viento,

Deseosos de alegria
buscaron el sol.




27/12/07 .01:24p.m.

Viseversa, Mario Benedetti.


Tengo miedo de verte

necesidad de verte

esperanza de verte

desazones de verte.

Tengo ganas de hallarte

preocupación de hallarte

certidumbre de hallarte

pobres dudas de hallarte.

Tengo urgencia de oírte

alegría de oírte

buena suerte de oírte

y temores de oírte.

o sea,

resumiendo

estoy jodido

y radiante

quizá más lo primero

que lo segundo

y también

viseversa.


Cecilia

II- R. Juarroz


El otro que lleva mi nombre
ha comenzado a desconocerme.
Se despierta donde yo me duermo,
me duplica la persuasión de estar ausente,
ocupa mi lugar como si el otro fuera yo,
me copia en las vidrieras que no amo,
me agudiza las cuencas desistidas,
descoloca los signos que nos unen
y visita sin mí las otras versiones de la noche.

Imitando su ejemplo,
ahora empiezo yo a desconocerme.
Tal vez no exista otra manera
de comenzar a conocernos.



Cecilia.

Dos cuerpos, una noche.

Líneas que delimitan tu ser de la nada.

Pequeñas fronteras que perdemos

En vanos intentos por dejarnos,

Se esfuman, se borran, se desvanecen.


Absurdo.

Muros que limitan.

Lindante a una realidad que no es mía.

Sangre que corre tras lacerantes silencios.

A lo lejos, los poetas bailan una canción desafinada.

Un par de recuerdos juegan con mi insomnio.

Un celeste fuego prestado, pintando cada una de mis horas,

Marcando cada uno de mis pasos.

Un minuto…este dolor es propio?





2 sept 2008

Mucho Gusto, Mario Benedetti.

Se habían encontrado en la barra de un bar, cada uno frente a una jarra de cerveza, y habían empezado a conversar al principio, como es lo normal, sobre el tiempo y la crisis, luego, de temas varios, y no siempre racionalemente encadenados. Al parecer, el flaco era escritor, el otro, un señor cualquiera. No bien supo que el flaco era literato, el señor cualquiera, empezó a elogiar la condición de artista, eso que llamaba el sencillo privilegio de poder escribir.
- No crea que es algo tan estupendo -dijo el Flaco-, también a momentos de profundo desamparo en lo que se llaga a la conclusión de que todo lo que se ha escrito es una basura; probablemente no lo sea, pero uno así lo cree. Sin ir más lejos, no hace mucho, junté todos mis inéditos, o sea un trabajo de varios años, llamé a mi mejor y le dije: Mira, esto no sirve, pero comprenderás que para mi es demasiado doloroso destruirlo, así que hazme un favor; quémalos; júrame que lo vas a quemar y me lo juró.
El señor cualquiera quedó muy impresionado ante aquel gesto autocrítico, pero no se atrevió a hacer ningún comentario. Tras un buen rato de silencio, se rascó la nuca y empinó la jarra de cerveza.
- Oiga, don -dijo sin pestañear-, hace rato que hemos hablado y ni siquiera nos hemos presentado, mi nombre es Ernesto Chavez, viajante de comercio y le tendío la mano.
- Mucho gusto -dijo el otro, oprimiéndola con sus dedos huesudos-, Franz Kafka para servirle.


Cecilia.

Mi tierra querida, Francisco Urondo.


Ya es hora de perder

la inocencia,

ese estupor de las criatura que todavía

no pudieron hacerse cargo

de la memoria

del mundo al que recién nacieron

Pero nosotros hombres

grandes ya, podemos olvidar, sabemos

perfectamente que tendríamos

que hacer para dañar

el presente, para romperlo.

Aquí nadie

tiene derecho a distraerse,

a estar asustado, a rozar

la indignación, a exclamar su sorpresa.


El amenazado. Jorge Luis Borges

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.


Cecilia.